margarita lecomte





Nació en Jeusse (Mosella), en 1737. Cuando Juan Martín Moyë era coadjutor en Metz, ella se había establecido con su familia en la ciudad y vivían en la calle de los Claveros.
En un ambiente obrero como aquel en el que el trabajo y la honradez de cada uno eran toda su riqueza, Margarita tenía que contribuir a la manutención de su familia y acudía todos los días a trabajar a un taller de costura y recibir un salario escaso con el que ayudaba a los suyos.
Resultado de imagen para margarita lecomteComo la mayor parte de las niñas de su tiempo, Margarita se había criado en la más absoluta ignorancia y se lamentaba de no saber leer a pesar de las enormes ganas que tenía de aprender.
Un insignificante accidente, dispuesto por la Providencia, le iba a proporcionar la ocasión de remediar su ignorancia.
Poco después de su primera comunión, jugando sobre hielo un día de invierno, se cayó de mala manera y se rompió el brazo, por lo que tuvo que permanecer durante bastante tiempo en el hospital. Allí, una niña tan dócil y piadosa como ella, pronto se ganó la simpatía de las religiosas enfermeras; cuando éstas se enteraron de la gran ilusión que tenía por aprender a leer, ellas hicieron todo lo posible para que aprendiera.
 
Margarita, dotada de una viva inteligencia y una excelente memoria, así como de un gran tesón, en seguida adquirió las nociones suficientes para ser capaz de perfeccionarse por sí misma en la lectura, y lo hizo sin desfallecer.
¡Cuál no sería su alegría cuando se vio en posesión de la “llave de la ciencia que le iba a permitir aprender tantas cosas! ¡Pero su alegría aún fue mayor cuando pudo, desinteresadamente, comunicar su saber a otros!
Y lo hizo, primero con sus mismas compañeras de trabajo, que expresaban el gran deseo de aprender a leer. Con sus amigas entre confianza y alegrías comentaban sobre su vida espiritual; dejemos que nos cuente ella misma este episodio:
Un día que me lamentaba con mis compañeras por no haber podido comulgar, ya que el sacerdote se había marchado cuando yo llegué y no me había atrevido a molestarlo, ellas me dijeron: “¡Oh, nosotras tenemos más suerte! Desde hace algún tiempo tenemos un sacerdote al que no necesitamos buscar, suele estar siempre junto al confesonario y nos deja tiempo para que nos preparemos. ¡Es un santo! Da unos consejos tan buenos para que santifiquemos el trabajo que una se siente impulsada a ser mejor. Ven con nosotras” y aunque no tenía motivos para cambiar de confesor; temiendo una nueva decepción, se dejó convencer por sus compañeras y las siguió a San Víctor.

“El confesor del que me hablaban, prosigue ella, era el P. Moyë. Lo encontré junto al confesionario y pude confesarme. Me preguntó si tenía intención de acudir habitualmente a él; le contesté sin afirmarle nada. Sin embargo, estaba de acuerdo con lo que mis compañeras me habían dicho sobre su santidad. Y de hecho volví de nuevo. Esta vez, el piadoso director se informó de mis prácticas de piedad y me hizo detallar mis ocupaciones. Le dije que enseñaba a leer a jóvenes obreras. “ ¡Ah!, me respondió, ¿enseñas a leer? ¿Te gustaría enseñar en una escuela?…a lo que le respondí “me gustaría mucho, pero no tengo ciencia, ni nada de lo necesario para ser maestra, soy una pobre joven…”

Estas palabras llenas de sencillez evangélica, colmaron de alegría el alma apostólica del P. Moyë, quien vislumbra su gran proyecto con la ayuda de esta joven. Margarita lo dirá: En cierta ocasión el P. Moyë me llamó y me dijo: Hija mía, te voy a acompañar a tu primer puesto, puedo darte alguna cosilla, pero si quieres abandonarte en la Providencia, tendrás más merito… Enseguida hicimos los preparativos y ¡en marcha!. Era la fría mañana del 14 de enero de 1762. El Padre Jobal, recién ordenado sacerdote, Juan Martín y Margarita partieron a Saint Hubert, aldea muy pobre, que dista de Vigy cuatro kilómetros. Al llegar, el Padre Moyë propuso al pueblo una maestra de escuela para sus hijo
s; la preocupación por la educación de sus hijos era tan fuerte que sobrepasa los límites que la pobreza pueda poner. Sor Margarita se llamará desde ese momento. Pronto, con la ayuda de la gente que, impresionados por su empeño y decisión, construyeron un lugar para vivir, que, al mismo tiempo, servirá de escuela para los niños. Pronto, muchas jóvenes al ver la vida de esta joven valiente, desean abrazar esta vida. Como consecuencia, el proyecto de P. Moyë se extenderá cada vez más. Y por su testimonio y vida de pobreza, sencillez, y abandono en las manos de Dios, la gente les dará el nombre de Hermanas de la Providencia. Nombre apreciado por el P. Moyë, “quien dirá mas tarde “que no en vano os llamen Hermanas de la Providencia”.

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